La crisis existencial de la pintura ante el nacimiento de la fotografía (primera parte)
Con el nacimiento de la fotografía y su introducción al mercado en 1839, muchos pintores comenzaron a cuestionarse la razón de ser de la pintura y la pertinencia de la misma. La razón de este cuestionamiento fue que durante muchos siglos, una de las funciones de la pintura europea fue la de fungir como una herramienta de registro capaz de reproducir imágenes que perduraran a través de ella en el tiempo. Esto hacia que en cierto sentido la pintura funcionara como una especie de memoria externa, capacidad que era considerada por muchas personas el valor fundamental de la pintura. Sin embargo, una vez que surgió la fotografía, que era capaz de realizar esta misma tarea, con mayor precisión, en menor cantidad de tiempo y a un menor precio, la pintura no sólo empezaría a perder poco a poco gran parte de su más basto mercado, sino también para muchos el sentido lógico de su existencia.
Esta circunstancia supuso varios problemas de distintos tipos para el gremio de pintores de la época. Estos problemas podríamos dividirlos en dos grandes categorías: problemas prácticos y problemas filosóficos.
Como ya mencioné, los pintores comenzaron a perder poco a poco parte del mercado del cual sobrevivían. La fotografía era más barata y rápida que la pintura realizando retratos y, por si fuera poco, estaba de moda. Esto implicaba una obvia amenaza para el oficio de pintor, amenaza que hizo a muchos pintores responder buscando formas para diferenciar la pintura de la fotografía. Lo que esto significó para la historia de la pintura fue que, con el transcurrir de los años, surgieron distintos estilos y formas de pintar, cada vez más alejadas de las representaciones realistas, ya que éstas habían sido acaparadas por la fotografía. Sin embargo, no fue solamente la necesidad de mercado la que hizo que la pintura se transformara, ya que habría también una gran influencia de parte de la importante reflexión filosófica que esta circunstancia produciría en la mente de múltiples pintores. Es precisamente esta reflexión la que, quizá aún más que la necesidad económica, sería la que haría avanzar a la pintura en las direcciones que lo hizo durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del XX.
¿Cuáles son las diferencias entre pintura y fotografía? Bien podríamos decir que esta pregunta no se respondió satisfactoriamente hasta entrado el siglo XX, particularmente si queremos encontrar respuestas teóricas a esta pregunta. No obstante, la forma en que los pintores del siglo XIX la respondieron no fue a través del lenguaje escrito, sino a través de su obra. En mayor a menor medida podríamos hablar de tres grandes respuestas a esta circunstancia, o tres grandes categorías que se hicieron obvias a partir de los cuestionamientos que detonó la fotografía con respecto a la pintura.
La primera de estas categorías la describiremos a partir de un gran ejemplo, la pintura de Vincent van Gogh.
Cuando vemos una pintura de van Gogh, vemos la obra de una persona conmovida por la vida y el mundo, preocupada tanto por los actores del mismo, como por el color, la forma, el movimiento y la impresión que éstos y otros elementos detonan en nosotros como espectadores. Lo que diferencia la obra de van Gogh -junto con la obra de otros de sus contemporáneos impresionistas y postimpresionistas- de la obra fotográfica, es que sus cuadros son trabajos producidos por seres humanos que interactúan personalmente con el mundo y con el material de la pintura; a diferencia de las fotografías -que dependen de una maquinaria para existir-, la pintura no requiere de la visión de un intermediario y, por lo tanto, es producto del vínculo directo entre hombre y mundo. Gracias a que la pintura tuvo la oportunidad y necesidad de distanciarse de la figuración, debido al nacimiento de la fotografía, se obtuvo la posibilidad de explorar este vínculo, no sólo en términos de representación y tema, sino también en términos formales: color, material, línea, trazo, delgadez, saturación, etc. Dentro de la pintura de los impresionistas, y particularmente en la de van Gogh, todos estos elementos se vuelven componentes significativos que expresan un sentir y visión del mundo.
En la obra de van Gogh podemos ver cómo al liberarse la pintura de cumplir con su antigua función práctica, que era la precisa representación figurativa, ésta se volvió libre para crear, expresar y manifestarse en los términos que le fueran más significativos. El sentido de la pintura dejó de ser determinado por la tarea de imitar y empezó a serlo por el sentimiento profundo del artista. El sentido de la pintura se convirtió en aquello que cada artista considerara realmente importante.
Algunos pintores que podríamos acomodar dentro de esta misma línea de exploración pictórica de Van Gogh, y algunos impresionistas, serían Munch, los fauvistas y los expresionistas alemanes -entre otros. Podríamos decir que la respuesta de todos ellos, frente a la crisis de identidad de la pintura post fotográfica, fue una que privilegiaba lo humano a manera de expresión, emoción y sentimiento.
El siguiente gran género pictórico, que surgió como respuesta ante la fotografía, cobró sentido de la mano de Cézanne; la categoría que sería posteriormente la resultante de esta dirección tomada por la pintura, la nombraremos bajo el título de formalismo. Este será el tema de la segunda parte de este texto, que será la próxima publicación.