A menudo se considera que la rivalidad entre Jean-Auguste-Dominique Ingres y Eugene Delacroix, los dos titanes de la pintura académica francesa del siglo XIX, encarna el conflicto entre el neoclasicismo basado en la tradición y el romanticismo inconformista de la época.
Esta tensión entre el neoclasicismo y el romanticismo continuó durante la primera mitad del siglo XIX, ya que los pintores tendían a ponerse del lado de Ingres o del estilo pictórico del pintor más joven Eugène Delacroix.
A pesar de sus profundas diferencias, Delacroix e Ingres tenían mucho en común. Compartieron un gusto por lo exótico, un amor por la música y una gran ambición inspirada en el arte del pasado.
Ingres: símbolo de la perfección formal del clasicismo académico.
La obra de Jean-Auguste Dominique Ingres (1780-1867) ha sido interpretada como el símbolo de la perfección formal de la pintura académica clasicista, opuesto a las experiencias románticas de Eugène Delacroix.
Fue poseedor de un estilo inconfundiblemente personal, caracterizado por el entrecruzamiento de dos propuestas estilísticas: Neoclasicismo y Romanticismo.
La oposición de ambos lenguajes pictóricos no fue materializada de forma plena, puesto que en gran parte de las obras se entremezclan y conviven los dos estilos en distintas dosis.
En Francia, el debate entre neoclásicos y románticos fue muy encendido. Ingres se encuentra dividido entre dos valores contradictorios: la elección del impulso creador personal y la obligación de someterse a las reglas clásicas.
Audacia Pictórica
Veinte años mayor que Delacroix, fue el primero en comprender la importancia de experimentaciones formales originales, pero demasiado temprano para un público anclado todavía en la tradición neoclásica. En el Salón de 1819, Ingres había puesto las bases de su estilo exponiendo «La gran Odalisca», pintada en 1814 para Carolina Murat junto con otro desnudo, hoy desaparecido, que le valió la reprobación de la crítica. La audacia suprema residía tal vez en el hecho de presentar en el Salón un desnudo femenino desprovisto de todo pretexto mitológico o histórico, y además de gran formato.
Ingres tiene en cuenta la creciente fascinación del público por el exotismo oriental, tema que se había puesto muy de moda. Pero mientras Delacroix hace del desnudo un tema romántico, Ingres mantiene en él una noble pureza clásica. El pintor goza del favor de un crítico como Théophile Gautier pero también de la hostilidad de un Théophile Thoré, reprochándole «haber buscado solo la belleza en sí misma, sin ningún tormento social, sin preocuparse de las pasiones que agitan a los hombres, ni del destino del mundo.»
Predominio de la Línea sobre el color
Para Ingres, siguiendo la teoría estética neoclásica, el dibujo es el elemento esencial de la pintura. Defendió el predominio de la línea sobre el color, llegando a afirmar lo siguiente:
“El dibujo comprende tres cuartas partes y media de lo que constituye la pintura”
Formalmente su pintura académica reúne características clásicas: color supeditado a dibujo, acabado preciosista, así como un detallismo pulcro y refinado.
Tradición Clásica y pintura académica
Dentro de la tradición clásica, Ingres continúa ejecutando obras para el Estado francés. Con «La apoteosis de Homero», para el plafón de una de las salas del Museo Charles X y presentada en el Salón de 1827. La presencia en el fresco de personajes como Rafael y Mozart subraya el estrecho vínculo entre la Antigüedad clásica y la civilización europea moderna.
Ingres se consagra como retratista de la nobleza
En Martirio de san Sinforiano, Ingres se enfrenta a la violencia y al movimiento de la muchedumbre. Lo violento de la escena recuerda «La matanza de los Inocentes» de Guido Reni; las imponentes musculaturas y los audaces escorzos de algunas figuras se basan en el Juicio Final, la obra de Miguel Ángel tan admirada por los románticos.
La mala acogida que tuvo el «Martirio de san Sinforiano» incita a Ingres a marcharse a Roma como director de la Villa Médicis, consagrándose casi totalmente y por razones financieras, al retrato. Ingres se convirtió en el retratista refinado de la nobleza y la alta burguesía.
Eugène Delacroix: Figura Central del Romanticismo Francés
Eugène Delacroix (Charenton-Saint-Maurice, Francia, 26 de abril de 1798-París, 13 de agosto de 1863) fue el artista más representativo de la pintura académica romántica pintando de forma apasionada escenas dominadas por una poderosa imaginación, haciendo estallar la jerarquía de los géneros por la intrusión de escenas de masacre o de horror, y por la violenta utilización de los colores, lo cual acentúa aún más su dramatismo. Su padre pertenecía a esa raza de hombres fuertes; unos eran fervientes apóstoles de Jean-Jacques y otros discípulos determinados de Voltaire. Todos colaboraron con la misma obstinación en la Revolución francesa, y sus sobrevivientes, jacobinos o franciscanos adhirieron con perfecta buena fe a las intenciones de Bonaparte.
Se le reconoce por siempre estar en contra de las normas impuestas por las academias de arte y ser un hombre de una personalidad compleja.
Delacroix y sus inicios en el arte
Se codea entre escritores como Stendhal, Mérimée, Victor Hugo, Alexandre Dumas, Baudelaire, y con músicos como Paganini, Frédéric Chopin, Franz Liszt, Franz Schubert, entre muchos otros, protagonistas de un auge de ilustración que se expandía por Europa. La razón de esto se debe a que prefería la compañía de estas figuras del arte antes que de sus propios compañeros pintores, pues sentía un fuerte aprecio por ellos e incluso algunos fueron representados en sus obras.
La destreza su arte comienza a hacerse notar a partir de dos ambiciosos cuadros: Dante y Virgilio en los infiernos (1822) y La matanza de Quíos (1824), en estos condensa todos sus conocimientos adquiridos, trabajando finamente los colores, luces y músculos. Delacroix también tenía una inspiración muy clásica cuyos preceptos podrían resumirse en que la experiencia se entiende como la estética de una época que se inscribe en la constante mención de las tradiciones que conformaron la ideología del s. XIX y la atracción que sentían por lo exótico. Esto se debe a que estaba rozando la era del imperialismo y la conquista de tierras ajenas al mapa occidental.
La Barca de Dante
Delacroix, deseoso de darse a conocer, presenta en el Salón de 1822 «La barca de Dante», obteniendo su primer éxito. En el cuadro, Delacroix mitiga sus audacias formales, bien reales y portadoras del porvenir, por el deseo de mostrar que era un verdadero pintor. Como Géricault, el artista exaltó las poderosas morfologías inspiradas por Miguel Ángel, como la figura de la mujer, realizada a partir de un modelo masculino. La barca de Dante es una reminiscencia del «Juicio Final» de Miguel Ángel en la capilla Sixtina. El pintor, no habiendo estado nunca en Italia, no podía conocer el fresco más que por el grabado.
Dante, con ropa medieval, es reconocible por su caperuza roja y su nariz aquilina, Virgilio, coronado de laurel, fue probablemente inspirado por una moneda antigua. Delacroix juega con los contrastes. El cuadro obtuvo un gran éxito, y fue muy alabado por el pintor napoleónico Barón Antoine-Jean Gros. Otro que lo ensalzó en la crítica periodística fue Thiers, el futuro estadista, que siempre admiró mucho a Delacroix.
Delacroix en Inglaterra
En mayo de 1825 se trasladó a Inglaterra y permaneció allí unos meses, estudiando a los pintores ingleses en compañía de dos amigos: Bonington y Fielding. Allí estudió el uso de los colores, investigación que terminó de consolidar en 1832 en su viaje a Marruecos. La luz de aquel lugar, las gentes y los paisajes impactarían en su imaginación y obra posterior. Eugène Delacroix se perfila como exponente del romanticismo francés por los rasgos que combinan erotismo y muerte, decorados orientales, dominio del color sobre la línea, e intentar plasmar la voluntad del hombre como factor fundamental.
En Inglaterra se interesó por Shakespeare, por el Fausto de Goethe y por la lectura de Byron, y también, a través de Bonington, en el cultivo de la acuarela. Delacroix ejecutó poco después otra obra: "La muerte de Sardanápalo", tema inspirado en Byron y que representa al rey de Nínive.
Un pintor rebelde
En la pintura “La muerte de Sardanápalo” las dos grandes manchas luminosas que forman los dos principales cuerpos femeninos ofrecen el mismo esplendor de las grandes realizaciones de Rubens. El cuadro valió a su autor enorme fama por su potente estilo, y el vizconde de La Rochefoucauld, que en aquel momento desempeñaba el cargo de intendente de Bellas Artes, prometió a Delacroix encargos oficiales si cambiaba su modo de pintar, a lo que el artista se negó.
Inspirada por una obra de teatro de Byron, esta pintura rompía con los cánones tradicionales de orden, de decoro y de racionalidad.
El cuadro fue atacado por la crítica académica por la novedad de la composición considerada demasiado violenta y la utilización de colores "extremadamente" brillantes.
A partir de ahora, el arte romántico exaltará la fe en uno mismo. La diferencia entre la postura racional del artista neoclásico y el mundo subjetivo del artista romántico puede ser resumido en estas palabras de William Blake: «El talento piensa, pero el genio ve.»
Esta concepción del rol del artista, aparecida en el siglo XIX, jugó un papel determinante en la evolución del arte moderno.
La libertad guiando al pueblo
El lienzo simboliza la Revolución de 1830, mostrando una escena en la que el pueblo de París se levanta en armas contra el rey Carlos X de Francia.
La “Libertad guiando al Pueblo” es el homenaje que Delacroix dedicó a los insurrectos de París y presenta una escena la vez histórica y alegórica en la cual por primera vez, la historia contemporánea de Francia se incorpora a la representación pictórica romántica.
La figura de una joven y hermosa mujer que encarna a la libertad y arenga a la gente, preside la escena; va ataviada con el gorro frigio de la República y su vestimenta desgarrada deja su pecho al descubierto. Su brazo derecho enarbola la bandera tricolor, el izquierdo un fusil con la bayoneta calada y camina sobre los restos de una barricada mientras el pueblo enardecido la va siguiendo.
Con esta obra, Delacroix pone de manifiesto su ideología y su faceta de pintor de su tiempo. Fue presentada en el Salón de 1831 y adquirido por Luis Felipe para el Museo Real, quien no tardó en protegerle. Entonces se designó a Delacroix para tomar parte en una misión diplomática que Luis Felipe de Francia envió al Sultán de Marruecos.
Rivalidad artística entre Ingres y Delacroix
A menudo se considera que la rivalidad entre Jean-Auguste-Dominique Ingres y Eugene Delacroix, los dos titanes de la pintura académica francesa del siglo XIX, encarna el conflicto entre el neoclasicismo basado en la tradición y el romanticismo inconformista de la época.
El romanticismo no puede considerarse como un movimiento organizado; es la necesidad del artista de expresar libremente sus sentimientos, un estado de alma que se difunde por toda Europa a comienzos del siglo XIX, y se desarrolla en oposición al neoclasicismo.
Escribiendo para la revista Art History, Andrew Carrington Shelton cita un artículo de 1832 de un crítico anónimo como la primera vez que se presentó la disputa:
Es la batalla entre genios antiguos y modernos: Ingres pertenece en muchos aspectos a la época heroica de los griegos; quizás sea más escultor que pintor; se ocupa exclusivamente de líneas y formas, descuidando intencionalmente la animación y el color. Delacroix, por el contrario, sacrifica deliberadamente los rigores del dibujo a las exigencias del drama que representa; su actitud, menos casta y reservada, más ardiente y animada, enfatiza el brillo del color sobre la pureza de la línea.
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