El Neoclasicismo: Un retorno a la antigüedad clásica

Con el final del siglo XVIII y el comienzo del XIX, Europa experimentó una serie de cambios políticos y sociales radicales que también se reflejaron en el arte. Tras el Rococó, que se caracterizó por su ligereza y enfoque en la vida aristocrática, el Neoclasicismo surgió como una reacción que buscaba recuperar los valores de la antigüedad clásica, como la sobriedad, la virtud y el racionalismo (Honour, 1968).

El auge del Neoclasicismo coincidió con la Ilustración y con la expansión del conocimiento arqueológico. Los descubrimientos de Pompeya y Herculano despertaron un gran interés por el mundo grecorromano y dieron lugar a un movimiento artístico que idealizaba la simplicidad y la grandeza de las civilizaciones antiguas. Artistas como Jacques-Louis David se convirtieron en los máximos exponentes de este estilo, representando temas heroicos y morales que reflejaban los ideales republicanos y revolucionarios de la época (Crow, 1985).

David, con obras como “El Juramento de los Horacios” (1784), promovió una estética de líneas claras, composiciones ordenadas y un fuerte énfasis en la narrativa moral. Esta pintura, al igual que muchas otras del periodo neoclásico, buscaba inspirar valores como la lealtad, el sacrificio y la justicia, alineándose con los ideales revolucionarios que se vivían en Francia tras la caída del Antiguo Régimen (Vidal, 2006).

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Jacques-Louis David. Juramento de los Horacios, 1784.

El Nacimiento de los Museos y la Taxonomía del Conocimiento

Con la expropiación de colecciones artísticas durante la Revolución Francesa, se creó el Museo del Louvre, inaugurado en 1793 como el primer museo público de arte (Duncan, 1995). La apertura de museos como el Louvre marcó el inicio de la sistematización del conocimiento artístico, donde las obras eran cuidadosamente organizadas y categorizadas. Este esfuerzo de taxonomía no se limitó al arte, sino que se extendió a las ciencias naturales, con la clasificación de nuevas plantas, animales y minerales traídos de las colonias. Este proceso reflejaba una voluntad europea de dominar y comprender el mundo, estableciendo jerarquías que inevitablemente llevaron a la división del arte en "alto" y "bajo" (Hooper-Greenhill, 1992).

El arte de culturas no europeas fue en gran medida relegado al ámbito del "arte decorativo" o "arte primitivo", mientras que las obras que seguían los cánones clásicos se consideraban "arte elevado". Esta diferenciación reflejaba un enfoque colonialista que consideraba que sólo el arte occidental podía alcanzar el estatus de alta cultura (Price, 1989). Sin embargo, esta clasificación también preparó el terreno para que, unas décadas más tarde, los artistas de las vanguardias rompieran con estas categorizaciones y buscaran nuevas formas de expresión más allá de las jerarquías establecidas.

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Ruinas de Herculano, Italia.

La Nueva Burguesía y el Esplendor del Rococó

Con la llegada de la Revolución Industrial y la creación de una clase burguesa con creciente poder adquisitivo, se desarrolló un deseo por emular el estilo de vida de la nobleza. El glamour y el esplendor del Rococó se convirtieron en referentes estéticos para esta nueva clase social. Los burgueses pujaban por tener palacios decorados con lujo y pinturas que reflejasen su éxito económico y social (Berger, 1972).

Este contexto social llevó a la Academia de Bellas Artes a establecer criterios específicos para definir qué arte era considerado "bueno". Los parámetros incluían la capacidad de representar la realidad con gran destreza técnica, la adhesión a temas históricos o mitológicos, y la imitación de los grandes maestros del Renacimiento (Clark, 1956). Estos criterios favorecieron un tipo de arte clásico que celebraba los valores burgueses de estabilidad y riqueza. Fue en este contexto donde la curaduría y la crítica de arte comenzaron a tomar forma, estableciendo los cánones de lo que debía ser admirado y lo que debía ser olvidado, más allá de lo que opinara el estado o la iglesia.

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Museo del Louvre, fotograbado antiguo de PARÍS de finales de la década de 1880.

La Sistematización de la Enseñanza del Dibujo y la Pintura: El Legado Académico

Durante el periodo del Neoclasicismo y Romanticismo, la enseñanza del arte experimentó una transformación importante, especialmente en las academias europeas que surgieron o se consolidaron en esa época. Las "tres artes nobles" –dibujo, pintura y escultura– se enseñaban de manera conjunta, sin separarlas, ya que se consideraban disciplinas complementarias que formaban parte del proceso integral del artista (Clark, 1956).

Sir Joshua Reynolds, uno de los fundadores de la Real Academia de Artes de Inglaterra, jugó un papel fundamental en la consolidación de las técnicas de representación durante el Neoclasicismo. Reynolds creía firmemente en la importancia de estudiar a los antiguos maestros para poder alcanzar la grandeza en el arte. En sus 'Discursos', enfatizó la necesidad de copiar las obras de los grandes artistas del Renacimiento y la Antigüedad para aprender los principios fundamentales del diseño, la composición y la anatomía (Reynolds, 1797).

Debido a la influencia de Reynolds y otros el aprendizaje se centró en la copia de modelos clásicos. Los estudiantes comenzaban dibujando a partir de estatuas de yeso que replicaban esculturas grecorromanas, aprendiendo así sobre proporción, volumen y anatomía. Estos estudios de estatuas eran un ejercicio esencial para comprender la figura humana y perfeccionar el control del trazo y la perspectiva. Tras dominar la copia de modelos, los estudiantes progresaban a trabajar con modelos vivos, donde se enfrentaban al reto de representar las particularidades y el dinamismo del cuerpo humano en diferentes poses (Crow, 1985).

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Palacio de Charlottenburg. Sala de audiencias del rey Federico I

Otro elemento fundamental en la enseñanza académica era el estudio de la composición. Se enseñaba a los alumnos a analizar y copiar las grandes obras maestras, estudiando la disposición de las figuras, el uso de la luz y la sombra, y los esquemas de color. Estos ejercicios de composición eran fundamentales para que los estudiantes entendieran cómo dirigir la mirada del espectador y crear una narrativa visual coherente. La composición clásica, con su énfasis en la armonía y el equilibrio, era la norma que todo artista aspiraba a alcanzar (Honour, 1968).

Además de los ejercicios de dibujo y pintura, el uso de la perspectiva lineal y aérea era clave en la formación de los artistas. Los estudiantes aprendían a construir espacios tridimensionales en un plano bidimensional, utilizando reglas matemáticas para lograr una ilusión de profundidad. Esta habilidad era crucial, especialmente para los artistas neoclásicos, cuyo objetivo era lograr una representación verosímil y ordenada de la realidad (Vidal, 2006).

El color se enseñaba a partir de la teoría del color de los antiguos maestros y de estudios científicos contemporáneos, como los realizados por Isaac Newton. Los estudiantes aprendían a mezclar pigmentos para obtener una paleta armoniosa, comprendiendo cómo los colores podían influenciar las emociones del espectador. Se enfatizaba el uso de colores "nobles" y se desalentaba el uso de colores brillantes o estridentes, que se consideraban de mal gusto y poco adecuados para el "arte elevado" (Crow, 1985).

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Atanadoros, Agesandros y Polidoros (Laocoonte). Colección Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

La enseñanza se completaba con la práctica del "disegno", un concepto clave del Renacimiento italiano que continuaba vigente en las academias neoclásicas. El "disegno" no sólo se refería al dibujo como técnica, sino también al concepto intelectual detrás de la obra. Los artistas debían ser capaces de planificar y conceptualizar sus obras antes de ejecutarlas, combinando habilidad técnica con reflexión teórica y narrativa.

Estas metodologías de enseñanza, desarrolladas y promovidas por las academias de arte, no sólo establecían un estándar técnico, sino también un criterio estético que definiría qué tipo de arte era considerado superior. La sistematización del aprendizaje y la valoración del "disegno" por encima del color fueron factores que ayudaron a definir el gusto académico y a excluir aquellas formas de arte que no se ajustaban a estas normas, como sucedería posteriormente con los estilos innovadores que emergieron con las vanguardias.

Esta estructura rígida de la educación artística, centrada en la imitación de modelos clásicos y en la obediencia a normas establecidas, sería precisamente la que muchos artistas de las vanguardias posteriores desafiarían, en busca de nuevas formas de expresión que se alejaran de los cánones académicos y celebraran la libertad creativa.

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Gustave Courbet. El taller del pintor, 1855.

El Romanticismo: La exaltación del individuo y la emoción

A medida que avanzaba el siglo XIX, el Neoclasicismo dio paso al Romanticismo, un movimiento que reaccionó contra la rigidez y el racionalismo del arte neoclásico. El Romanticismo se centró en la expresión de las emociones, la subjetividad y la libertad individual, reflejando una nueva visión del mundo en la que la imaginación y los sentimientos cobraban protagonismo (Rosen & Zerner, 1984).

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El Romanticismo fue, en muchos sentidos, una respuesta al contexto histórico y social de la época. La Revolución Industrial, la expansión del nacionalismo y las luchas por la independencia en distintas partes del mundo llevaron a una profunda reflexión sobre la condición humana, la naturaleza y el destino del individuo. Artistas como Eugène Delacroix y Caspar David Friedrich capturaron en sus obras la fuerza de la naturaleza y la lucha del ser humano frente a lo desconocido, creando imágenes llenas de dramatismo y emoción (Noon, 1999).

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Eugène Delacroix. La Libertad guiando al pueblo, 1830.

Delacroix, en obras como “La Libertad guiando al pueblo” (1830), representó escenas de revolución y lucha, con un enfoque dinámico y una paleta de colores vibrantes que transmitían la pasión del momento. Por otro lado, Friedrich, con obras como “El caminante sobre el mar de nubes” (1818), exploró la relación entre el hombre y la naturaleza, mostrando figuras solitarias frente a paisajes vastos y sublimes que evocaban tanto la belleza como el misterio del mundo natural (Koerner, 1990).

Características del Neoclasicismo y el Romanticismo

El Neoclasicismo y el Romanticismo, aunque surgieron en momentos cercanos, representaban enfoques opuestos respecto al arte y la representación figurativa. Mientras que el Neoclasicismo se enfocaba en la claridad, el orden y la racionalidad, el Romanticismo se inclinaba hacia el caos, la naturaleza, la emoción y la subjetividad. Esta dicotomía se reflejó en las técnicas y los temas de cada movimiento: el Neoclasicismo empleaba líneas precisas y composiciones equilibradas, mientras que el Romanticismo prefería pinceladas sueltas, colores intensos y composiciones dinámicas que transmitían movimiento y emoción (Honour, 1979).

El Romanticismo se destacó por su interés en lo exótico, lo desconocido y lo sobrenatural. Artistas como Francisco de Goya exploraron temas oscuros y perturbadores, como se puede ver en sus “Pinturas Negras” (1819-1823), donde el sufrimiento y la irracionalidad de la condición humana se presentan de manera cruda y directa (Tomlinson, 1994). Estas obras, alejadas de la serenidad del Neoclasicismo, abrieron el camino hacia una visión más introspectiva y psicológica del arte.

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Francisco de Goya. Saturno devorando a su hijo, 1820-1823.

El Romanticismo también trajo consigo una nueva apreciación por la naturaleza y un deseo de representarla de manera directa. El género del paisaje, que hasta entonces había sido considerado un género menor, se elevó a la categoría de tema principal gracias a artistas como J.M.W. Turner, que buscaban capturar la esencia del entorno natural. Esta práctica de pintar directamente del natural, conocida como 'plein air', se desarrolló particularmente en Inglaterra y luego se expandió al resto de Europa, influyendo en movimientos posteriores como el Impresionismo.

El Realismo: La Mirada Crítica y el Arte de Protesta

Mientras los románticos como Goya exponían la tragedia de la vida en sus obras, particularmente las consecuencias devastadoras de las guerras napoleónicas, otros artistas comenzaron a hacer lo mismo desde una perspectiva aún más directa y socialmente comprometida. El Realismo surgió como una respuesta a la ideología glorificadora del Neoclasicismo y al escapismo del Romanticismo. Los realistas buscaban representar la vida tal como era, sin idealización, y en muchas ocasiones su arte puede ser considerado un arte de protesta contra las injusticias sociales y los abusos de poder (Nochlin, 1971).

Gustave Courbet fue uno de los principales exponentes del Realismo, desafiando abiertamente los ideales de la Academia. En obras como "El entierro en Ornans" (1849-1850), Courbet representó una escena cotidiana sin el dramatismo heroico que la academia valoraba. Su intención era mostrar la dignidad de la vida ordinaria, algo que los círculos académicos consideraban vulgar y carente de interés artístico (Rubin, 1994). Courbet también utilizó su arte como plataforma para denunciar las condiciones de los trabajadores, como en su pintura "Los picapedreros" (1849), en la cual retrata a dos obreros realizando un trabajo extenuante, sin ningún tipo de embellecimiento. Para los realistas la representación se volvió una herramienta de protesta.

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Joseph Mallord William Turner. El combativo Temerario siendo remolcado a su último fondeadero para ser desmantelado, 1838.

Otros artistas como Jean-François Millet también se unieron a esta tendencia, enfocándose en la vida de los campesinos y mostrando la dureza y nobleza de su trabajo. Obras como "El Ángelus" (1857-1859) presentan a los campesinos con una solemnidad y respeto que contrastaban fuertemente con las visiones idealizadas de la vida rural que prevalecían en el arte académico (Herbert, 1976).

Este movimiento de rechazo a los valores estéticos de la academia coincidió con otros cambios significativos en la sociedad europea. La revolución industrial, los movimientos sociales y el auge de la prensa contribuyeron a un ambiente de cuestionamiento generalizado. Los realistas no sólo desafiaban los temas que la academia consideraba dignos de ser representados, sino que también exigían que el arte abordara los problemas y las realidades de la sociedad contemporánea. Esta crítica a la temática del arte académico fue el primer paso que, más tarde, llevaría a Édouard Manet a cuestionar no sólo el "qué" debía ser representado, sino también el "cómo". Con obras como "El almuerzo sobre la hierba" (1863), Manet rompería con las convenciones de la perspectiva, la composición y la luz, abriendo el camino para el nacimiento del arte moderno (Tinterow, 1983).

El Desafío a los Criterios Académicos: Nuevas Herramientas y Nuevas Inspiraciones

Mientras los artistas románticos y realistas se cuestionaban el papel del arte y a que debía este dar atención más allá de los intereses del estado y la academia, hubo varios otros grandes cambios que terminaron de sentar las bases para una revolución pictórica.

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Jean-François Millet. El Ángelus, 1857-1859.

El nacimiento de la cámara fotográfica en el siglo XIX cambió para siempre la naturaleza de la representación. Ya no era necesario que la pintura se limitara a la imitación fiel de la realidad, ya que la fotografía podía capturar la imagen con una precisión sin precedentes (Benjamin, 1936). Esto abrió la puerta para que los artistas cuestionaran el papel del dibujo y la pintura y exploraran nuevas formas de expresión, no basadas en la representación literal, sino en la sensación, el movimiento y la emoción.

Los nuevos materiales también jugaron un papel fundamental. La aparición de los tubos de óleo, las acuarelas modernas y los bastidores prefabricados permitió a los artistas trabajar al aire libre y captar la luz de manera inmediata, lo cual fue esencial para el desarrollo del impresionismo (Shiff, 1984). Además, el encuentro con obras y objetos de culturas no europeas inspiró profundamente a los artistas. El arte árabe, con sus intrincados patrones y abstracción decorativa, y el arte chino, con su expresión caligráfica y sutil, ofrecieron nuevos modelos estéticos que desafiaron la lógica representativa de la academia occidental (Said, 1978).

El arte de Japón, tuvo un impacto notable en los impresionistas y postimpresionistas. Los grabados japoneses de artistas como Hokusai y Hiroshige mostraban composiciones planas y audaces, y una perspectiva diferente que fascinó a pintores como Monet y Van Gogh, quienes adaptaron estas características a sus propias obras (Ives, 1974). También, la escultura y las máscaras africanas impactaron a Picasso y a otros artistas de las vanguardias, quienes veían en ellas una forma de expresión pura y no contaminada por la racionalidad occidental (Goldwater, 1938).

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Katsushika Hokusai. La gran ola de Kanagawa, ca. 1830-1833.

Paralelismos Históricos: Renacimiento, Edad de Oro Holandesa y el Siglo XIX

Este proceso de encuentro con otras culturas y materiales nuevos recuerda otros momentos clave de la historia del arte. Durante el Renacimiento, el descubrimiento de los textos clásicos y las nuevas técnicas, como la perspectiva, revolucionaron la forma de representar la realidad. En la Edad de Oro Holandesa, la apertura del comercio global permitió la llegada de pigmentos y bienes de lujo que influyeron en la pintura y permitieron el desarrollo de un arte vibrante y detallista, lleno de naturalezas muertas y paisajes únicos (Alpers, 1983).

En el siglo XIX y principios del XX, el encuentro con nuevas formas de ver y entender el mundo desencadenó una transformación similar. La exposición al arte y la cultura de otras partes del mundo llevó a los artistas europeos a cuestionar los valores y las categorías que habían heredado de la academia. Se abrieron nuevas posibilidades para la expresión, donde el significado no estaba dictado por las normas clásicas, sino por la emoción individual y el deseo de representar lo que no podía ser capturado por la fotografía ni por el arte académico.

Conclusión: Un Viaje de Reacción, Revolución y Libertad Creativa

Desde la recuperación de los valores de la antigüedad clásica con el Neoclasicismo, pasando por la exaltación de la emoción y el individuo en el Romanticismo, hasta la mirada crítica y comprometida del Realismo, hemos visto cómo cada movimiento artístico del siglo XIX fue una respuesta a las tensiones sociales, políticas y filosóficas de la época. Cada uno de estos movimientos intentó representar la realidad de una forma distinta: el Neoclasicismo apelaba a la sobriedad y los valores cívicos, el Romanticismo buscaba el sentimiento y la conexión con lo sublime, y el Realismo se empeñó en mostrar la vida sin adornos.

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Johannes Vermeer. La joven de la perla, 1665-1667.

La sistematización del conocimiento, la creación de museos y la rigidez académica establecieron jerarquías en el arte que privilegiaban ciertos estilos y técnicas. Sin embargo, la Revolución Industrial, la expansión colonial y el encuentro con otras culturas trajeron consigo nuevos materiales, inspiraciones y formas de expresión que cuestionaron el estatus quo. Así, la influencia del arte no occidental—desde la ornamentación árabe y la caligrafía china, hasta las máscaras africanas y las tallas de Oceanía—abrió la puerta para que los artistas europeos reconsideraran la función del arte y sus formas de representación.

Este proceso de reacción y revolución en la representación artística no solo fue una respuesta al pasado, sino también una apertura hacia el futuro. Las estructuras académicas rígidas comenzaron a resquebrajarse frente a la búsqueda de la libertad creativa, pavimentando el camino hacia las vanguardias del siglo XX. El Neoclasicismo, el Romanticismo y el Realismo sentaron las bases para un cuestionamiento profundo del arte occidental, un cuestionamiento que permitiría a los artistas experimentar con la forma, el color y el significado, alejándose de la imitación fiel de la realidad para explorar la esencia de la experiencia humana.

En el siguiente texto, profundizaremos en el arte de tradiciones no occidentales que influenciaron de manera significativa el arte de vanguardia.

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