La Modernidad y la crisis de la figuración: De las Vanguardias tempranas a “la muerte de la pintura” (1860 d.C. - 1970 d.C.)
La crisis de la figuración: del academicismo al corazón de las vanguardias
A mediados del siglo XIX, surgieron las primeras fisuras en la concepción tradicional del arte académico occidental. La aparición de la fotografía y el encuentro con culturas no occidentales alteraron profundamente el rol del artista y su relación con la representación figurativa. El arte ya no debía ser únicamente un espejo de la realidad física, sino una puerta hacia nuevas formas de expresión. Las influencias provenientes del arte japonés, las máscaras africanas y la abstracción ornamental del mundo islámico abrieron el camino hacia una liberación artística sin precedentes. El Realismo de Courbet, el Japonismo de Monet y el simbolismo de Moreau fueron tan solo los primeros pasos hacia una ruptura completa con el academicismo.
Este es el contexto en el que surge la crisis de la figuración que caracteriza a las primeras décadas del siglo XX. Con las vanguardias, la pintura dejó de estar atada a la fiel imitación de la realidad para embarcarse en un viaje de exploración interna, simbolismo y abstracción. Los movimientos que emergieron en este período, como el Fauvismo, el Cubismo, el Expresionismo, el Futurismo, el Puntillismo, el Dadaísmo y el Constructivismo, no solo rompieron con la representación fiel de la figura humana, sino que redefinieron el propósito del arte.
Mientras el Fauvismo y el Expresionismo se enfocaban en el uso del color y la emoción, el Puntillismo, liderado por artistas como Seurat, exploró la aplicación metódica del color. El Futurismo, con su interés en la velocidad y la modernidad, se vinculaba estrechamente a la era industrial, mientras que el Dadaísmo desafiaba las convenciones artísticas tradicionales con una actitud irreverente y nihilista. Estos movimientos, junto con el Constructivismo que abogaba por la función social del arte, contribuyeron a la transformación integral del arte moderno.
A través de este texto, exploraremos cómo los artistas de las vanguardias desmantelaron la lógica académica, transformando tanto los temas como las técnicas de representación, y cómo esta transformación derivó finalmente en la "muerte del arte moderno" hacia mediados del siglo XX. Veremos cómo Manet y sus contemporáneos encendieron la mecha de esta crisis figurativa, que no solo desencadenó nuevas formas de ver y representar el mundo, sino que también desdibujó las fronteras entre el arte y la vida cotidiana, dejando como legado un panorama de constante reinvención y cuestionamiento.
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Manet, Baudelaire y la Rebelión Contra la Academia: La Transformación de la Pintura Europea
Édouard Manet y sus amigos, como Charles Baudelaire, comenzaron en la década de 1860 un proceso de desafío hacia la Academia de Bellas Artes, cuestionando los principios estéticos y la ideología que defendía. Este cuestionamiento se centró tanto en los géneros establecidos de la pintura como en la manera de representar el mundo visual.
Baudelaire, en su ensayo "El pintor de la vida moderna", defendía la necesidad de que el arte se conectara con su tiempo, argumentando que si bien los temas pueden ser atemporales, las formas de representación no deberían estar atadas exclusivamente a los cánones antiguos. Para Baudelaire, el estilo y las técnicas debían evolucionar y reflejar la sensibilidad de la época, haciendo que el arte dialogara con la modernidad en lugar de limitarse a repetir las fórmulas del pasado. Esta visión influyó profundamente en Manet y los impresionistas, quienes adoptaron un enfoque más directo y contemporáneo, rompiendo con la idealización académica y mostrando la realidad tal y como era, con toda su complejidad y crudeza.
Partidario de esta ideología, Manet se posicionó como uno de los pioneros en desafiar no solo los temas que debían ser representados, sino también la forma en que estos debían ser tratados en el lienzo. En sus obras, comenzó a explorar nuevas maneras de aplicar la pintura, alejándose de la perfección técnica propia del academicismo y orientándose hacia una representación más directa y sin idealizaciones.
Manet y el Cuestionamiento de los Géneros Pictóricos
La obra de Manet, como "El almuerzo sobre la hierba" (1863), es emblemática de este espíritu rebelde. En esta pintura, Manet desafía abiertamente los géneros establecidos, mostrando una escena aparentemente cotidiana con una mujer desnuda sentada junto a hombres vestidos. A diferencia de las escenas mitológicas o alegóricas del pasado, donde la desnudez femenina se justificaba a través de la mitología o la religión, Manet presenta una desnudez contemporánea y sin pretextos, que invita al espectador a enfrentar la realidad sin adornos.
Esta postura crítica se hace aún más clara en "Olympia" (1865), donde Manet cuestiona los ideales clásicos de belleza y la forma en que se retrataban los desnudos femeninos. En lugar de una diosa idealizada, Olympia es una mujer real, una prostituta, cuya mirada directa y desafiante confronta al espectador. Los símbolos que rodean a la figura –como el gato negro y las flores– sugieren el comercio sexual y se alejan del simbolismo clásico que solía elevar a las figuras femeninas a un estado casi divino. En este sentido, Manet desmantela las convenciones del desnudo idealizado y el simbolismo asociado a la pintura mitológica, mostrando en su lugar una realidad más directa y desafiante de la vida moderna en Francia, donde la prostitución era un aspecto visible y polémico de la sociedad urbana.
La Experimentación con la Técnica y la Reacción Contra la Ideología Académica
Manet, a diferencia de los realistas, no solo desafía lo que se representa en la pintura, sino también la manera de pintarlo. Su tratamiento de la luz, el color y la pincelada se alejó de la técnica cuidadosa y laboriosa promovida por la Academia. Prefirió pinceladas más sueltas, colores brillantes y contrastes dramáticos, anticipando así lo que sus contemporáneos impresionistas adoptarían como principio fundamental: una representación más subjetiva y espontánea de la realidad. En lugar de perseguir la ilusión del volumen y la profundidad mediante un modelado minucioso, Manet a menudo dejaba partes de la tela sin pintar o utilizaba contornos simples para definir las figuras, cuestionando la necesidad de la ilusión realista.
Sus amigos y colegas, como Claude Monet, Pierre-Auguste Renoir y Camille Pissarro, adoptaron este mismo espíritu experimental y llevaron más allá el cuestionamiento de las técnicas tradicionales. Trabajaron al aire libre (en plein air), lo que les permitió capturar los efectos cambiantes de la luz y la atmósfera, y se concentraron en retratar escenas de la vida cotidiana, alejándose de los grandes temas históricos, mitológicos o religiosos que la Academia consideraba como los únicos dignos del gran arte.
La Academia de Bellas Artes, además de definir los temas y técnicas que se consideraban dignos de ser representados, también imponía un uso muy específico del color. Los "colores nobles", aquellos que se consideraban apropiados para el "gran arte", dominaban la paleta de los artistas académicos. Estos colores solían ser sobrios y evitaban los tonos intensos que pudieran ser vistos como vulgares. Esto resultaba en un enfoque cromático desconectado de los avances tecnológicos del momento, ya que el siglo XIX fue testigo de la creación de nuevos pigmentos sintéticos más luminosos y estables.
Frente a esta imposición, los impresionistas comenzaron a explorar una forma distinta de abordar el color, adoptando una paleta vibrante que respondía a la luz y al dinamismo de la vida moderna. Los colores ya no estaban atados al simbolismo académico, sino que se usaban para capturar la atmósfera y las emociones, proporcionando una frescura visual que se apartaba radicalmente de las normas académicas.
La Nueva Funcionalidad Social de la Pintura: Impresionismo y Modernidad
La aparición de la fotografía también jugó un papel crucial en este proceso de transformación. Con la capacidad de capturar la realidad de manera precisa y objetiva, la fotografía liberó a la pintura de su función tradicional de imitar la naturaleza. Los impresionistas se dieron cuenta de que la pintura no tenía que competir con la fotografía en términos de exactitud visual, sino que podía ofrecer algo diferente: una experiencia subjetiva del mundo. Así, los artistas comenzaron a explorar la percepción individual y la fugacidad de los momentos, reflejando la velocidad y el dinamismo de la vida moderna.
Esta nueva función social de la pintura también se reflejó en los temas elegidos por los impresionistas. Las escenas de la vida urbana, los cafés, los teatros y los parques fueron representadas como parte del deseo de captar la experiencia del ciudadano moderno. El arte se volvió más cercano a la vida cotidiana, menos formal y más accesible. Los impresionistas se alejaron de la monumentalidad y la solemnidad de la pintura académica, mostrando la belleza en lo efímero, lo común y lo trivial.
Los impresionistas también cambiaron la forma en que el público se relacionaba con el arte. En lugar de representar escenas que debían ser interpretadas de acuerdo con un conjunto de símbolos preestablecidos, su pintura invitaba al espectador a experimentar el momento, a conectarse con la atmósfera, la luz y el color. Este cambio reflejó un alejamiento de la narrativa moralizante y heroica de la academia hacia una expresión más directa y emocional.
Desarrollo del Impresionismo y Postimpresionismo
El desarrollo del impresionismo no solo representó una ruptura estilística, sino también una lucha política y social por el reconocimiento del arte moderno. Manet tambien se destacó por ser uno de los primeros artistas en luchar por la aceptación institucional de estas nuevas formas de arte. Un ejemplo notable de esto fue su involucramiento en la defensa de la colección de arte de Louisine Havemeyer y Ernest Calebout. Esta colección, compuesta por obras de artistas modernos que habían sido rechazados por la Academia, encontró en Manet un defensor apasionado. Manet incluso llegó a estudiar derecho y litigar para conseguir que el gobierno aceptara la legitimidad de estas obras, logrando que fueran exhibidas públicamente y eventualmente aceptadas en museos estatales (Gowing, 1995).
Este esfuerzo permitió que las vanguardias artísticas contaran con una plataforma que las proyectara hacia el reconocimiento público. Así, lo que comenzó como una rebeldía hacia el sistema académico terminó abriendo un camino para el desarrollo y la aceptación de las vanguardias que florecerían durante el siglo XX.
Separación de la Representación Clásica: Cézanne, Van Gogh, Gauguin y Toulouse-Lautrec
A medida que el impresionismo abría las puertas al cuestionamiento de la representación objetiva de la realidad, otros artistas comenzaron a explorar aún más las posibilidades que ofrecía la ruptura con los cánones académicos. Paul Cézanne, Vincent van Gogh, Paul Gauguin y Henri de Toulouse-Lautrec, entre otros, fueron fundamentales en esta evolución, cada uno aportando una perspectiva única que ayudó a desmantelar las reglas clásicas de representación.
Paul Cézanne fue uno de los primeros en alejarse de la fidelidad académica para centrarse en las formas subyacentes y la estructura del color. Cézanne basó su obra en los principios académicos del "disegno" y la perspectiva, pero los transformó para enfocarse en las geometrías fundamentales de la naturaleza. Sus pinceladas deliberadas y el uso del color como medio de construcción espacial prepararon el terreno para el cubismo, desafiando la idea de que la pintura debía imitar la realidad con exactitud (Shiff, 1984).
Por su parte, Vincent van Gogh llevó la expresividad del color a niveles nunca antes explorados, sentando los antecedentes de movimientos posteriores como el puntillismo y el fauvismo. Aunque sus primeros trabajos eran oscuros y seguían el modelo realista, Van Gogh evolucionó hacia una técnica donde el color y la pincelada cargaban con la emoción de la obra.
Sus paisajes vibrantes y retratos muestran cómo el uso de la paleta impresionista, combinada con una visión intensamente personal, podía transformar la realidad en una experiencia subjetiva y emocional. En este sentido, Van Gogh tomó elementos de la técnica académica, como el estudio anatómico y el retrato, pero los aplicó de manera más emocional y simbólica, reflejando el sentir de su visión del mundo.
Paul Gauguin, por otro lado, abandonó completamente la representación naturalista en favor de un simbolismo personal y primitivo. Influenciado por su tiempo en Tahití, Gauguin comenzó a explorar un enfoque simbólico y espiritual, utilizando colores planos y formas simplificadas para capturar lo que él consideraba la esencia espiritual de sus sujetos. Aunque tenía formación académica, Gauguin rechazó las técnicas tradicionales para crear un estilo cargado de simbolismo y profundamente influenciado por su contacto con otras culturas..
Henri de Toulouse-Lautrec utilizó los métodos pictóricos académicos para representar escenas de la vida nocturna parisina, especialmente en el Moulin Rouge y otros cabarés. Sin embargo, Lautrec se alejó del enfoque tradicional al aplicar una estilización exagerada, utilizando el color y la línea para capturar la energía y el movimiento de sus temas. Sus obras, llenas de personajes marginados y ambientes cargados, representan una ruptura significativa con la idealización académica, mostrando una crudeza social similar a la del realismo, pero con un enfoque visual más expresionista y moderno..
Simbolismo: El Arte desde la Mente y el Espíritu
Mientras que el impresionismo y el postimpresionismo exploraban la subjetividad y la transformación de la técnica académica, el simbolismo se adentró aún más en la representación de lo intangible. Los simbolistas, como Gustave Moreau y Odilon Redon, utilizaron las técnicas de representación que habían heredado del academicismo para crear visiones que no reflejaban el mundo visible, sino el mundo interior de la mente y el espíritu.
Esta tendencia se asemeja en cierta forma a lo que ocurrió durante el Barroco, cuando el arte fue utilizado para expresar lo trascendente y lo emocional. Sin embargo, a diferencia del Barroco, que estaba en gran medida al servicio de la Iglesia y del Estado, el simbolismo fue un movimiento profundamente personal, donde los artistas exploraban sus propias ideas, influenciados por el ocultismo y el redescubrimiento de culturas no occidentales. Este enfoque condujo a una fusión de elementos visuales provenientes del Renacimiento, la mitología y las nuevas influencias culturales, creando un arte que, aunque figurativo, se alejaba de cualquier intento de representar la realidad de manera objetiva.
Gustave Moreau, por ejemplo, utilizó elementos de la mitología clásica, pero no con el objetivo de educar o moralizar, sino para expresar una visión individual y llena de misterio. Odilon Redon, por su parte, exploró los sueños y las visiones subconscientes, utilizando colores vibrantes y formas etéreas para representar lo que él describía como "el otro lado de lo visible". La obra de estos artistas no solo desafiaba las nociones de la representación académica, sino también las ideas de racionalidad y lógica que habían dominado gran parte del arte occidental hasta ese momento.
El simbolismo, por lo tanto, se convirtió en un puente esencial hacia las vanguardias del siglo XX, preparando el terreno para movimientos que explorarían aún más la mente y el inconsciente, como el surrealismo. Fue una respuesta directa al materialismo y al racionalismo de la modernidad, buscando en cambio lo espiritual, lo enigmático y lo sublime, demostrando que la ruptura con el academicismo no solo consistía en una nueva manera de representar, sino en una nueva manera de concebir el propósito mismo del arte.
El Siglo XX y las Vanguardias: La Primera Guerra Mundial y el Fin de la Inocencia Pictórica
La Primera Guerra Mundial fue un punto de inflexión crucial no solo en la historia mundial, sino también en la evolución del arte moderno. Para muchos artistas, la brutalidad y el sufrimiento experimentados durante la guerra pusieron en evidencia la imposibilidad de seguir pintando como se había hecho hasta entonces. La famosa frase de Otto Dix, quien afirmaba que después de vivir la guerra ya no se podía pintar como antes, refleja una sensación compartida por toda una generación de artistas que se enfrentaron a un trauma colectivo sin precedentes.
Los fauvistas, quienes ya habían comenzado a utilizar colores intensos y liberados de la realidad para expresar sus emociones, encontraron en el conflicto bélico una reafirmación de su enfoque disruptivo. Henri Matisse, aunque no participó directamente en la guerra, se encontraba profundamente afectado por la atmósfera de desesperanza que permeaba Europa. Para los fauvistas y posteriormente para los expresionistas, la guerra trajo consigo la comprensión de que la representación fiel y ordenada de la realidad, tal como la propugnaba la Academia, definitivamente ya no era capaz de capturar la complejidad y la tragedia de la experiencia humana moderna.
Los expresionistas como Ernst Ludwig Kirchner y Wassily Kandinsky sintieron la necesidad de volcarse hacia una expresión más emocional e inmediata, usando formas distorsionadas y colores violentos para plasmar el caos y la alienación provocados por el conflicto (Selz, 1957).
Esta misma búsqueda de nuevas formas de expresión se intensificó con el Futurismo, un movimiento que celebraba el dinamismo de la vida moderna y la aceleración tecnológica. Los futuristas, como Boccioni y Marinetti, representaron la energía de la era industrial con un lenguaje visual cargado de movimiento y fragmentación, algo que influyó en posteriores desarrollos hacia la abstracción. La introducción del Futurismo fue clave para redefinir cómo el arte podía relacionarse con los cambios sociales y tecnológicos, enfatizando la ruptura con el pasado y la celebración de la modernidad, lo cual sentó las bases para otras vanguardias, como el Constructivismo, que también se alimentó del impulso industrial y de una visión utópica.
El Psicoanálisis y su Influencia en las Vanguardias
La crisis cultural y social desatada por la Primera Guerra Mundial coincidió con el desarrollo de una nueva forma de entender la mente humana: el psicoanálisis. Sigmund Freud, con sus teorías sobre el inconsciente, los sueños y la represión, ofreció a los artistas una herramienta para explorar su mundo interior de una manera sin precedentes. Esta influencia fue palpable tanto en los movimientos abstractos como en el surrealismo, dos de los caminos principales que tomó el arte en su intento de liberarse de la figuración tradicional y de explorar las dimensiones más ocultas de la experiencia humana.
En el campo de la abstracción, Wassily Kandinsky fue uno de los primeros en incorporar las ideas freudianas para justificar la necesidad de pintar sin depender de la forma objetiva. Kandinsky creía que el arte debía expresar las emociones internas del artista, una idea que resuena profundamente con el concepto del inconsciente freudiano. Su uso de colores y formas abstractas buscaba evocar emociones que escapaban a la lógica racional, conectando directamente con el espectador a través de una suerte de "psicología del color" (Kandinsky, 1911).
Por otro lado, el surrealismo, liderado por André Breton, abrazó de manera explícita el psicoanálisis como método para liberar la mente creativa. Los artistas surrealistas como Salvador Dalí, René Magritte y Max Ernst se adentraron en el mundo de los sueños y las fantasías para crear imágenes que desafiaban la lógica y cuestionaban la realidad objetiva. Para los surrealistas, el arte era un medio para explorar y representar el inconsciente, una ventana a las profundidades de la mente humana que la lógica y la razón no podían alcanzar. Dalí, por ejemplo, usaba la "paranoia crítica" como método para acceder a estados mentales donde la realidad y el sueño se mezclaban, creando así imágenes impactantes y ambiguas que retaban la percepción tradicional (Breton, 1924).
El psicoanálisis también influyó en la técnica de los artistas surrealistas. La práctica del "automatismo", una técnica en la que el artista dibujaba o pintaba sin una planificación consciente, era vista como una forma de permitir que el inconsciente se expresara libremente. Este enfoque, practicado por artistas como Joan Miró, representaba una ruptura total con la tradición académica, donde la planificación y la composición eran consideradas esenciales. En su lugar, el automatismo pretendía capturar la espontaneidad y la imprevisibilidad de la mente humana, despojando a la obra de cualquier intento de control racional.
Impacto de la Segunda Guerra Mundial en el Arte
Durante la Segunda Guerra Mundial el arte en Europa se enfrentó a una situación crítica. Con el ascenso del régimen nazi y su ideología totalitaria, se persiguió y censuró cualquier forma de arte que no se alineara con los principios estéticos y políticos del nazismo. Se promovió lo que los nazis consideraban "arte degenerado" para denigrarlo públicamente, a menudo atacando a los artistas de vanguardia que representaban las ideas de libertad y modernidad que el régimen rechazaba.
Esto resultó en la huida de muchos artistas europeos hacia América, llevando consigo su conocimiento y experiencia. Pintores, escultores y escritores que hasta entonces habían sido figuras centrales en la escena artística europea, como Max Ernst, Piet Mondrian y Marcel Duchamp, encontraron refugio en Nueva York, lo cual ayudó a convertir la ciudad en el nuevo epicentro del arte contemporáneo.
Este desplazamiento masivo de artistas a Estados Unidos fue clave para el desarrollo de nuevas corrientes artísticas. A partir de la década de 1940, Nueva York tomó el papel de París como el centro del arte moderno, una transición que también fue apoyada por mecenas y galeristas influyentes como Peggy Guggenheim, quien comenzó a promocionar a estos artistas en sus galerías, dando lugar a la creación del expresionismo abstracto. Esta corriente artística, que tenía exponentes como Jackson Pollock y Mark Rothko, se caracterizaba por su libertad gestual y emocional, influenciada tanto por el automatismo surrealista como por la intención de capturar la angustia y el caos de la experiencia humana tras la guerra (Doss, 1991).
El Arte Mexicano Postrevolucionario en la Escena Internacional
Durante este mismo periodo, el arte mexicano experimentó un notable auge a nivel internacional. Después de la Revolución Mexicana (1910-1920), México se convirtió en un referente en cuanto a producción cultural, desarrollando una identidad nacional fuerte que se expresó poderosamente a través de las artes visuales, música y el cine. Este movimiento cultural, conocido como el "Renacimiento Mexicano", tuvo un profundo impacto en el mundo artístico debido a sus características únicas de compromiso social, representaciones de la historia y la reivindicación de las raíces indígenas y populares.
El muralismo fue el movimiento artístico más destacado del México postrevolucionario. Los muralistas mexicanos, como Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, utilizaron el arte para narrar la historia de México y representar la lucha de las clases sociales, en una búsqueda por educar al pueblo a través de sus murales.
Estos artistas fueron fundamentales para establecer a México como un referente del arte moderno, no solo por sus temáticas nacionalistas y revolucionarias, sino también por la escala y el impacto social de sus obras. Diego Rivera, en particular, logró reconocimiento internacional gracias a sus murales en Estados Unidos, como los que pintó en el Rockefeller Center y en el Detroit Institute of Arts, los cuales reflejaban tanto la historia como la modernización del trabajo y la industria (Hamill, 1999).
Además del muralismo, el cine mexicano alcanzó su edad de oro durante las décadas de 1940 y 1950, convirtiéndose en uno de los principales productores de películas a nivel mundial. Directores como Emilio "El Indio" Fernández, y actores como Pedro Infante, María Félix y Dolores del Río se convirtieron en iconos que trascendieron fronteras. Las películas producidas durante este periodo reflejaban tanto la cultura mexicana como los valores y tradiciones nacionales, logrando una gran aceptación no solo en Latinoamérica, sino también en Estados Unidos y Europa.
El impacto del arte mexicano en el ámbito internacional fue tan significativo que influyó directamente en la manera en que otros países comenzaron a percibir y valorar el arte como un instrumento político y social. Así como hiciera Francia durante el reinado de Luis XIV, México demostró cómo el arte podía ser una herramienta para fortalecer la identidad nacional y, al mismo tiempo, alcanzar reconocimiento global.
La Influencia Mexicana en el Arte Estadounidense: Peggy Guggenheim y Greenberg
Con la llegada de los artistas europeos a Estados Unidos y el auge del arte mexicano, los intelectuales y mecenas del país comenzaron a darse cuenta de la importancia del arte como vehículo cultural y de influencia. Peggy Guggenheim, quien había sido testigo del arte europeo antes de la guerra y era consciente de la fuerza del movimiento mexicano, apoyó activamente a artistas como Jackson Pollock, promoviendo sus obras en su galería Art of This Century en Nueva York. Este apoyo no se limitó a la promoción de sus obras, sino también a fomentar la idea de un arte moderno que reflejara la identidad cultural estadounidense, en un paralelismo con lo que el muralismo mexicano había logrado.
Clement Greenberg, por su parte, fue fundamental para la creación de una teoría del arte que se alineara con los intereses de Estados Unidos como nuevo centro del mundo artístico. Al promover la idea de un arte autónomo y abstracto, que no necesitara de la narrativa o el simbolismo nacionalista, Greenberg permitió que el expresionismo abstracto se destacara como un movimiento independiente de cualquier carga política o social explícita, posicionando a los artistas estadounidenses como vanguardia de la modernidad. Esta visión contribuyó aún más a la marginalización de la figuración como algo anticuado y poco innovador.
El gobierno de Estados Unidos también comenzó a utilizar el arte como una forma de "poder blando" durante la Guerra Fría, promoviendo el expresionismo abstracto en exposiciones internacionales para mostrar los valores de libertad de expresión y creatividad que contrastaban con el arte socialista soviético, más rígido y alineado con las políticas del Estado. En este sentido, el modelo de apoyo estatal que México había implementado para promover a sus muralistas inspiró a Estados Unidos para respaldar a sus propios artistas, aunque en lugar de enfocarse en mensajes sociales y políticos explícitos, se centró en el individualismo, la libertad y el abandono de la tradición, características clave del expresionismo abstracto.a.
Con la influencia del expresionismo abstracto y el interés por las nuevas ideas que promovía Estados Unidos, los programas de estudio de países como México comenzaron a eliminar la enseñanza de técnicas tradicionales como la perspectiva y el dibujo anatómico (Alloway, 1974). Durante esta época, la pintura comenzó a ser desacreditada como un vestigio del pasado, algo que pertenecía a una era superada. En su lugar, se privilegió la autonomía formal y la expresión conceptual, lo cual desplazó la representación tradicional, marcando lo que algunos han llamado la "muerte de la pintura" (Greenberg, 1961).
Este fenómeno se replicó en otros países de América Latina y Europa, donde la enseñanza de la figuración fue reemplazada por prácticas más introspectivas y conceptuales. La ruptura con la tradición académica convirtió al arte conceptual en la norma, relegando la figuración a un segundo plano y calificándola de anticuada o conservadora. De esta manera y de forma similar a lo que ocurriera durante la edad media, las técnicas “paganas” de la pintura figurativa fueron perseguidas por la nueva ortodoxia para imponer una ideología distinta.
Este cambio en la perspectiva artística tuvo profundas repercusiones en el ámbito educativo y cultural. La marginalización de la figuración no solo transformó la naturaleza de la práctica artística, sino que también influyó de manera significativa en los programas académicos de las instituciones de arte, que comenzaron a priorizar la conceptualización sobre la técnica. Así, la enseñanza del dibujo anatómico y de la perspectiva —elementos esenciales de la figuración— fueron reemplazados por enfoques más experimentales que alentaban la exploración de ciertas ideas y conceptos que eran considerados más 'modernos' y 'relevantes'.
Sin embargo, este proceso no fue necesariamente una liberación total del arte, sino más bien una sustitución de una ortodoxia por otra. Mientras que antes se imponían los cánones académicos y la representación fiel, ahora se rechazaban esos medios y discursos en favor de otros considerados más afines a la contemporaneidad. Se creó una especie de imposición implícita que limitaba el campo de experimentación a ciertos enfoques específicos, relegando a la figuración a un lugar de marginalidad y etiquetándola como anticuada o poco innovadora.
Este impulso hacia la 'muerte de la pintura' y el abandono de la figuración no significó el fin del arte, pero sí marcó una transformación profunda en la práctica artística y en la educación, generando un cambio de foco hacia la idea sobre la técnica.
La nueva ortodoxia favoreció el surgimiento del Arte Conceptual, el Performance y otras formas que priorizaban la intención y la idea por sobre la destreza técnica, fomentando así una exploración parcial de ciertos conceptos mientras otros eran desestimados.
En el siguiente texto, exploraremos cómo estas imposiciones afectaron el ámbito educativo y cómo la formación de artistas fue moldeada para alinearse con la visión hegemónica del arte moderno, así como la resistencia de aquellos que, a pesar del rechazo institucional, continuaron practicando y enseñando técnicas figurativas, manteniendo viva una tradición que muchos consideraban superada.
Bibliografía
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